miércoles, 20 de agosto de 2014

“Solías abrazarme.”

Solías abrazarme.

Eso era lo que más me gustaba.

Me rodeabas con tus fuertes brazos.

Me sentía segura.

Y me reconfortaba.

Ahora ya no tengo unos brazos que me abriguen.

Y tengo frío.

Mucho.

domingo, 10 de agosto de 2014

“Y sé que no debería echarte de menos, pero hoy haré una excepción porque es domingo.”

Echarte de menos no entraba en mis planes, pero las tardes de domingo son muy largas. Y me da por pensar en todo lo que tendría que ser y en realidad no es. En como hacer que mi vida vaya exactamente como yo quiero, aunque lo que yo quiera se reduzca a una única cosa muy sencilla. Si te planteas si eres feliz, es porque realmente no lo eres. Las dudas rasgan ese intento de felicidad inventado. Siempre tendré razones para postergar mis metas. Nunca me faltarán motivos para priorizar otras cosas banales. Y creo que sería buena idea salir a buscarte sin más, pero fuera hace calor. Y seguro que alguien se ha muerto esperando algo: un gesto, una mirada, una idea original que le dé el éxito, una pareja perfecta que no llega, un trabajo más enriquecedor que el que tiene, un sueño de colores más vivos, un viaje rumbo a un destino idílico que le sacará de su rutina, un hijo al que moldear como un muñequito de barro, una llamada de alguien que nunca se acuerda de coger el teléfono… Todos siempre esperamos algo. Esperamos ser más felices cuando ese “algo” llegue, sin saber que cuando lo tengamos e incluso antes, empezaremos a anhelar otras cosas para seguir postergando indefinidamente nuestra felicidad. Esa es la dinámica de nuestras vidas. Las películas y los libros normalmente sólo llegan hasta que los protagonistas alcanzan sus metas y son felices, pero en la realidad la vida sigue y todos seguimos deseando otras cosas que puede que nos hagan más felices. Y siento que los pequeños momentos son los que realmente nos hacen felices. Por eso los colecciono y los guardo en una caja de madera de donde nunca les dejo salir. En ella siempre encontraré la primera vez que te vi y me viste. Un calendario con un montón de fechas marcadas con un rotulador que compré cuando saliste por la ventana de mi vida. Unos cuantos discos que completan la banda sonora de mi vida. Una sonrisa traviesa que sueño creada sólo para mí. Cientos de momentos de desinhibición y desenfreno que aumentan mi pulso y bloquean cada una de mis neuronas. Incontables risas compartidas. Tú solías poner los dientes y yo las ganas. Tardes de un domingo cualquiera al sol, regadas con tu compañía y sazonadas con un montón de besos. Recuerdos de la niña traviesa que fui y de lo fácil que era entonces preocuparte sólo por acabar los deberes a tiempo antes de que empezara de nuevo el cole. Un vaso medio lleno de agua que hace que mi optimismo no me abandone nunca. Las ganas de seguir creyendo que el ser humano es bueno por naturaleza. Hobbes se equivocó en eso: no somos lobos, sólo nos convertimos a veces en ellos. La ilusión por aquello que me remueve por dentro y me hace sentir viva. Y la energía que me une a ti. Esa que me lleva inexorable e irremediablemente siempre hacia donde estás tú. Y sé que no debería echarte de menos, pero hoy haré una excepción porque es domingo.